El invierno marcó aquel día frío y gris. Eran horas de
la tarde; ya estaba oscuro pero no era
la noche que marca el fin del día.
Un viento que olía a humedad, cortaba el rostro de
quienes estaban allí, con sus miradas atónitas, entre sorprendidos y molestos.
Pronto se acercó más gente a mirar, a ser testigos de
lo ya ocurrido. Pronto la escena se llenó de Policías, que no permitían pasar,
y poco se podía ver, porque enseguida protegieron el lugar con unas vallas.
Algunas voces, se animaban a contar su propia versión
de los hechos. Otros exageraban los términos, y muy pocos, seguían en silencio.
La verdadera historia, comenzó exactamente una semana
atrás.
Marcos, había llegado de trabajar, cerca de las 18. No
vivía muy lejos de su trabajo, pero siempre se quedaba un rato más, para
acomodar algunas cosas, para arrancar al otro día sin su escritorio
desordenado.-
Soltero y sin compromisos, Marcos, que no llegaba a
los 40, aún no había consolidado su idea, que era la de conocer a una chica, y
formar una Familia.
Su Madre, había muerto hace un año, y no tenía
hermanos. Algunos primos, lo frecuentaban, y sus tías viejas de tanto en tanto,
lo mimaban con algún frasco de dulce casero, por ellas mismas preparado.
Tipo pulcro, prolijo. Nunca había fumado. Siempre
respetaba sus horarios y los ajenos. Respetuoso y formal, solo se permitía
algún desarreglo, los sábados, que tomaba cerveza con amigos.
Hombre de rutinas, hábitos y costumbres; parecía ser
uno más entre los vecinos, que poco conocían de Marcos. Solo que era muy
educado y atento.
Había estudiado hasta la escuela secundaria en el Comercial
al que asistían todos los chicos del barrio, destacándose en Contabilidad,
razón por la cual, al recibirse de Perito Mercantil, hizo 2 años en la
Universidad, pero abandono, cuando se decepcionó con la carrera, y así fue que
postergó sus sueños de Contador Público Nacional, y lo reemplazó con un
terciario en computación, que le permitía tener un título para defenderse en la
vida. Como se había salvado de hacer el Servicio Militar, por su Asma, le
permitió hacer de corrido aquellos años.
Su primer empleo, fue a los 13 años y había sido en el
supermercadito que quedaba a la vuelta de su casa. Fue allí porque su Madre,
que era habitual clienta, ya había hablado con uno de los dueños, porque no
quería de vago a su hijo en las vacaciones de verano.
Arreglaron unos pesos y unas horitas por día, los
sábados incluidos, para atender la fiambrería, acomodar la mercadería, recibir
los pedidos y acomodarlos en el depósito, y hacer las entregas a domicilio,
cosa que más le agradaba, ya que lo hacía en bicicleta, y se tomaba su tiempo
para reducir la jornada de trabajo en el negocio.
Por eso, Marcos, siempre miró de reojo a sus Padres,
en especial a su Madre. Porque sentía que le cortó la inocencia y libertad de
su niñez y adolescencia, a pesar que le estaba agradecido también, porque le
inculcó el trabajo como medio para ganarse el pan.
Su juventud, transcurrió entre el estudio y el
trabajo. Alternando salidas con alguna noviecita, que poco le duraban, porque
Marcos, había forjado un carácter como el de su Madre. Entonces, las cosas
debían hacerse como el decía, a su modo, y eso era un factor determinante, para
que no le duren las novias.
Con los amigos, era diferente. Entonces, esa faceta no
la exponía; un poco porque con los amigos, no hay intereses en juego. El
sentimiento era otro, y también porque conociendo a Marcos, no le daban oportunidad
para que se manifieste y empiece a querer modificar las cosas a su manera.
Tal vez, ese fue el primer alerta. Seguramente marcó
el rojo en el semáforo. Pero quien, pudo darse cuenta, o atender la situación,
hasta entonces dotada de absoluta normalidad. Pero la verdad, es que se había
modelado en Marcos, a un caprichoso potencial, que puesto a prueba era capaz de
llegar a límites muy peligrosos, para el y sobre todo para quienes estaban
cerca.
Lo cierto es que al llegar al umbral de sus 40, Marcos
se mostraba como un tipo tranquilo, calmo, formal y respetuoso. Poca vida
social se le conocía, lo que lo hacía a la vista ajena un tipo como cualquiera,
normal.
Aquel día de trabajo, llegó a su casa, ordenó la cena,
temprano, porque quería acostarse antes de las 22. También quería helado, y
como había estado en la oficina todo el día, decidió bajar a comprarlo, ya que
la heladería estaba justo en uno de los locales debajo del edificio donde
habitaba.
5 pisos por escalera, lo depositaron en planta baja.
Se miró al espejo, acomodó su cabello y barba candado, cuidadosamente cortada,
y salió a la calle.
Ingresó a la Heladería e hizo su pedido en la caja.
Esperó por su turno, mientras miraba los gustos, para elegir.
A su turno, hace el pedido. ½ kilo de Crema Rusa y Pistacho.
Decide quedarse en la puerta hasta esperar al delibery, con su cena. Había pedido
una porción de Pollo con ensalada, sin condimentar, porque Marcos cuidaba su
salud.
Puso el mantel en la mesa. Decidió cenar escuchando
música, en lugar de mirar la TV. Se tomaba su tiempo para cenar, pese a hacerlo
solo.
Lavó los platos, acomodó las cosas y se fue a dormir.
Siempre conciliaba rápidamente su sueño. Pero esa
noche no lograba dormir. Pensaba que era porque ceno más temprano que lo
habitual, y al acostarse más temprano, no hizo la digestión. Se levantó un par
de veces. Intentó apagar la televisión, para que no hubiera ruidos. Pero no
lograba dormir.
Finalmente decidió leer, para conciliar el sueño.
Eligió un libro de mística hindú, y se acomodó sus almohadas, para que la luz
del velador no le haga sombras a las hojas del libro.
Fue allí donde sintió algo en lo más íntimo de su ser.
Advirtió su soledad. Las manecillas del reloj no paraban de gritarle lo solo
que estaba, Era lo único que se escuchaba en la noche silenciosa, y replicaban
en sus oídos una molestia que hasta allí nunca había sentido.
Sintió miedo, angustia. Sintió dolor y vacío de
ausencia y sus lágrimas confirmaban todo aquello. Como un chico, necesitó la
presencia de sus Padres, para que lo protejan, para que ahuyenten aquellos
fantasmas. Pero estaba solo y por primera vez lo había advertido.
No pudo dormir. Encontró la luz del día entre llantos
y sollozos. Se castigó duramente, por el tiempo perdido. Pero sobre todo,
distinguía a su Madre, como la culpable de su presente. Asistió en primera
persona a su realidad. Aquella que había estado viviendo por más de 15 años y
nunca tuvo necesidad de apreciar. Estaba demasiado ocupado como para ello.
Fue a trabajar como pudo. No se afeitó. Caminó las
cuadras que lo separaban de la oficina, y su rostro era el de un tipo ido. Le
hablaron algunos compañeros, y apenas se escucho su voz. No quería que pase el
día, para llegar otra vez a su soledad. Temía pasar la noche solo. El miedo le
ganó el centro de gravedad de su ser. El odio comenzó a disparar y entonces ya
no solo era su Madre, sino también aquellas maestras de escuela, que las hacía cómplices
de Lucía, su Madre. De los tres hermanos Rego, dueños del supermercadito,
también cómplices de aquello, porque se abusaron de su niñez, y así con cada
persona que formó parte de su vida.
Lo que no se atrevía a hacer Marcos, era a enfrentarse
con el mismo.
Esos días fueron terribles para el. Cada noche era una
pesadilla distinta. Horas sin dormir repletas de pensamientos negativos, de
llantos, de incertidumbre, por no saber que viene al otro día. Pasó toda la
semana, perdiendo la línea y lo formal. Todo cuanto había cimentado en su
imagen se desplomó en una noche. Ese era el, pero no se reconocía. Nunca había
pasado por su propio interior, para ver como era la cosa.
Hasta la decisión final pareció acorde a su vida. El
momento menos pensado llego a su deteriorada mente. Aquella última noche,
encontró el fin arrojándose al vacío, atormentado y desesperado. Entonces ya no
hizo falta su Madre y la complicidad de un entorno, para que decidan por el.
La estafa se había consumado. La garantía de la
educación clásica y hogareña buscada a ultranzas por su Madre, finalmente
perdió ante la pobreza y vacío de espíritu, de Marcos, que se forjó en base a
la sumisa decisión de hacer lo que otro quiere…
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