Doña Delia,
era el ama de casa modelo de los viejos tiempos.
Dedicada a
sus quehaceres domésticos, buena persona, conocida y reconocida por todo el
barrio, no solo por identificar su casa, o su familia, sino también por ser la
persona, que aplicaba vacunas e inyecciones, a domicilio, en su propia casa, y
en la Sociedad de Fomento Mar del Plata, cuando las campañas de vacunación,
recalaban en los Barrios de Provincia de los años ’70.
Su fama
había trascendido las fronteras barriales, y venían de otras Sociedades de
Fomento e inclusive desde salitas de primeros auxilios, por Doña Delia, no te
hacía doler con las vacunas, porque las aplicaba sin aguja….
En muchas
ocasiones, el Presidente de la entidad, tuvo que tomar partido del asunto,
porque las instalaciones no alcanzaban para albergar a toda esa cantidad de
chicos, que superaba la que acostumbraba a recibir la entidad, y he llegado a
ver largas filas de cola, que doblaban por la esquina y se llegaban hasta la
otra cuadra, tanto que al salir de casa, se podía ver a los últimos, y eso que
yo estaba a dos cuadras.
Si el Doctor
Perticone, te mandaba inyecciones, no queríamos saber nada que otro sea el que
las aplique. Tenía que ser Doña Delia y su Jeringa sin aguja…..
Además yo
corría con mucha ventaja, porque era mi vecina. Vivía al lado de mi casa, junto
con Don Mario Piantanida, y sus dos hijas Liliana y Adriana.
Don Mario,
era Motorman, y era motivo de no hacer ruido en el patio de casa, hasta pasadas
las 4 de la tarde, porque Don Mario, trabajaba de noche y estaba durmiendo la
siesta. Mi Padre, cuando nos contaba de las responsabilidades de Don Mario,
como Motorman, nos daba una magnitud de Cardio Cirujano, que imprimía a la
situación, una mirada de respeto por encima de cualquier otro trabajador de los
tantos que abundaban en el Barrio. Ni que hablar, la vez que lo vimos
conduciendo una formación del tren Mitre, en la estación de Chilavert, la
emoción que teníamos con mi hermana, porque no solo nos saludó agitando su
brazo, sino que hizo sonar la sirena de la locomotora, cosa que nos otorgó un
distingo entre el resto de los viajantes y ya teníamos algo para contar a los
chicos y a la Abuela que íbamos a visitar. Ese viaje resultó ser distinto a
cualquier otro que haya tenido.
Liliana, era
Maestra de grado, y en sus tiempos fuera de la escuela, daba clases
particulares, a los chicos que necesitaban ayuda escolar.
Adriana, era
muy bonita, y siendo ella adolescente y yo un niño, se llevaba todas mis
miradas. Las casas estaban pegadas, y el fondo coincidía, empezando desde el
patio y justo a la altura de la Parrilla de mi casa, había un tapial que no levantaba
el metro 60 de altura, lo que no era de mucha ayuda, cuando colgaba la pelota y
tenía que pedirle a las chicas o a Doña Delia, que me la alcancen, y en la
medida que yo crecía en estatura, me permitía con un saltito, mirar para el
otro lado. Toda un atrevimiento para la época, y una inocencia de mi parte, que
aún con cierta picardía, que otra cosa podía llegar a ver, que no sea un fondo,
con el bombeador, una escoba apoyada en la pared, el perro, y seguramente a las
chicas tomando sol….
Por las
noches de primavera y verano, se acostumbraba
a salir a tomar fresco en las veredas, y los vecinos conversaban,
algunos aprovechaban para mantener el jardín, y se olía el particular aroma del
pasto regado mezclado con el veneno para las hormigas, y se apreciaba como
colocaban bolsitas de plástico con grasa, para evitar que las hormigas lleguen
a la copa del árbol o el rosal.
En ese
ámbito, Doña Delia, no era una más. Era una persona distinguida, y en sí, todos
los componentes de su familia, también lo eran, porque quien no conocía a Don
Mario, nunca había pasado los límites del Barrio, y era imposible no verlo con
su ropa de trabajo, pintando su casa o cortando el pasto. Quien no sabía de
Liliana, entonces no sabía nada de Educación, y además era mi compañera en las
clases de Guitarra con Norma Ilarraga, y quien no conocía a Adriana, entonces
no sabía nada de sueños, porque realmente su gracia era única. Además bailaba
en el Ballet Estable de la Municipalidad de San Martín, y el día que la vimos
actuar, en un acto de la escuela, casi me muero. Estaba Divina. Ese mismo día,
Doña Delia, viendo a mi hermana moverse debajo del escenario, al compás del
Ballet, llamó la atención del Profesor Osvaldo Castro Lucero, para que viera
esa maravilla, y quedó encantado con la gracia de mi hermana, y enseguida busco
a mi Madre, para invitarla a los ensayos del Ballet e incorporar a mi hermana;
claro que para eso, debía estudiar danzas, y de paso…..llevarme a mí, que de la
vergüenza, estaba detrás de mi Madre, pero el destino me gambeteó y al tiempo,
también estudié Folclore, y pasé a formar parte del ballet.
Así eran las
cosas por entonces. Así era Doña Delia.
Conforme
pasaban los años, aquellos chicos del barrio, crecimos con la dosis barrial de
la época. Muchos juegos en la calle, paleta, remontar barriletes, tiradas en
los carritos de rulemanes en las cortadas con bajadita que había en la zona
(porque aquellas calles, descargaban en el ya entubado arroyo reconquista),
escondidas por las noches, carnavales en el verano y cuando íbamos ingresando a
la adolescencia, cambiábamos las bolitas y las figu, por sentarse en el porche
de la casa de alguno a mirar pasar la vida, o en el colmo de la transgresión
sentarnos en una esquina con una guitarra a cantar confesiones de Invierno o el
Blues del Levante, ni hablar si algún pibe se animaba a tocar un tema de Pappos
Blues.
Ese ingreso
gradual de los pibes del barrio a la adolescencia, nos fue formando en la
academia de enseñanza Barrial, porque en la medida que los más grandes,
alcanzaban información, la volcaban con el resto, porque lo que nunca hicieron
fue abandonar la barra. Por eso, era un grupo multifacético, y poli rubro
social, habíamos de todo en aquella esquina. Yo era el más chico, hasta la
aparición de Raúl y Marito, pero los más grandes siempre me otorgaron el sitial
de honor, y esa consideración era correspondida cuando me mandaban a espiar
como estaba la hermana de un fulano, que ellos estaban interesados.
Cuando me
tocó el turno a mí, de entrar por la puerta grande a la adolescencia, previo
pasaje por la edad del pavo, donde me gradué con honores, no quedaba nadie
detrás de mí, como para volcar toda la sabiduría que incorporaba, y encima mis
viejos, habían podido, al fin, lograr crédito del Banco Hipotecario mediante,
adquirir un departamento en el Barrio de Flores de Capital Federal, por lo que
mi continuidad como miembro de la barra, se vio abruptamente cortada por
aquella mudanza a fines de 1977.
Con 14 años
recién cumplidos, mude mis sueños a otro barrio, a otra barra, pero mi esencia
de chico quedó por siempre en aquella esquina.
Al tiempo de
iniciado el ciclo lectivo en el año ’78, las autoridades del establecimiento
educativo donde cursaba la Escuela Técnica, decidieron cuidar el estado de
salud del alumnado, improvisando una revisación médica con aplicación de
vacunas para elevar las defensas de los organismos de todos quienes pasamos por
aquella revisión.
Allí me di
cuenta de todo. Le comenté por lo bajo a un compañero si llegaba a ver, porque
se podía apreciar que el enfermero le estaba poniendo a la jeringa una aguja
enorme y no me explicaba para que…me miró como si fuera un marciano….. Entonces
advertí que no había posibilidad alguna de negarse, y solo atiné a girar mi
cabeza, revoleando los ojos, buscando a Doña Delia…. El que aplicaba las
vacunas, portaba una jeringa Magnum con una aguja que jamás había visto…
Claro, si
había sido cuidado toda mi vida, sin necesidad de ellas, porque Doña Delia
aplicaba Vacunas e inyecciones sin agujas….
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