Don Jiménez, se recostó sobre el tapial. Quedó pensativo,
mientras su mirada perdida, daba cuenta que la noticia recibida, no era del
todo buena.
En realidad, la mirada la tenía siempre perdida, porque
nunca bajaba la cantidad de alcohol que acostumbraba a beber, y el estándar de
calidad del mismo, apenas estaba unos escalones por sobre el kerosene; solo
quien bebía de esa inmundicia, era capaz de ahuyentar los mosquitos con el
movimiento leve de algunas de sus axilas, que dicho sea de paso, hacía tiempo
que no gozaban de higiene, y que se encontraban, siempre al descubierto, por
lucir su muda, tipo musculosa antigua, llevando su hedor por donde quiera que
vaya.
Su mirada, refería a que Doña Elvira, su compañera de toda
la vida, había regresado del supermercadito, y no pudo comprar el litro de
tinto espantoso, que garantizaba, no solo su sueño sino su permanente estado de
ebriedad, desafiando las leyes físicas del equilibrio.
Caló hondo esa noticia en Don Jiménez. Albañil de profesión,
veedor oficial de todo acontecimiento callejero, que ocurra entre las 16 y las
20, horario que lo encontraba todos los días, sentado en su umbral, mirando
todo cuanto acontezca en su horizonte visual, que no era mucho, ya que su vista
solo distinguía movimientos de figuras que alcanzaba a divisar, a una distancia
aproximada de una vereda, a lo sumo el cruce de la calle.
El resto lo percibía por conocimiento del terreno y de las
voces o formas corpóreas, y para no quedar mal, de tanto en tanto, ensayaba un
saludo respetuoso, por las dudas que pasara algún conocido por fuera del radio
de visión, y quedara como mal educado. Extendía su saludo con firmeza, con un
BUENASSSS Don Cosme ¡!!! (Sabiendo que era Don Cosme el que pasaba y no otro)
Si al saludar, lo hacía levantando un brazo, obligaba a los chicos, a
desplazarse tres veredas para continuar con sus juegos, porque era el mismo
aroma que se percibe, cuando se hierve Coliflor.
A mí, y todos los chicos del barrio, no nos llamaba por
nuestro nombre, sino que nos chistaba como molesto, y de tanto en tanto, cuando
me identificaba, me saludaba con firmeza con un BUENASSSS Nene ¡!!!, porque me
conocía, sabía quién era, quienes eran mis padres, y donde vivía.
No pudo recuperarse de la conmoción de la noticia, y salió
disparado, montado en su bici moto con motorcito a explosión de ½ caballo, a la
búsqueda del litro que saciara su angustia, mientras su figura se iba perdiendo
en el horizonte, Doña Elvira, le pegaba algunos gritos al aire, para hacerle
saber algo que ya no pudo escuchar y no sirvió de nada, porque quiso el
destino, y la bajadita de la calle que lo ayudara en el impulso, logrando una
velocidad de crucero inesperada, y allí es donde Don Jiménez, abanderado del
Orujo Vencido, advierte que no tiene frenos, y sin mediar espacio de tiempo, el
bólido rompe la barrera del sonido barrial, alterando la parsimonia habitual,
transformando a la calle en una pista, y a Don Jiménez en un inesperado
motoquero, que nunca pudo dominar la Bici moto, y menos aún dominar su
tambaleante estado, y visión escasa, que para esa altura del raid, ya no
advertía cruces de calles, luces de mercurio, ni personas que se corrían de un
lado a otro de la calle, vociferando insultos y maldiciendo al conductor
intrépido.
En un rapto de sobriedad, intenta poner el pie entre los
rayos de la rueda, para frenar la Bici Moto, pero apenas advirtió que estaba en
ojotas, prefirió orientar el manubrio a un punto fijo, y continuar hasta que se
acabe la calle o el combustible, hasta que, al frente, divisa su salvación.
Un final de calle, que no era más que el paredón de la
estación de trenes, que para cuando lo tuvo a distancia de vista, fue demasiado
tarde, para apelar a los frenos a pata, y se estampó de lleno, haciendo blanco
perfecto justo al centro del paredón, dando fin a la odisea en la que estaba
inmerso desde hace 10 cuadras.
El estruendo fue tal, que Doña Elvira que lo venía
corriendo, lo escucho a dos cuadras, y entre la desesperación y la agitación
por la carrera, no se alcanzaba a escuchar su voz, que gritaba, “Viejo, la Bici
Moto no tiene Frenos…”
El Pobre viejo, quedo maltrecho, tendido en el piso, sin
moverse, por las fracturas que tenían sus huesos. Lo llevaron rápidamente al
hospital de la Ruta, y quedó internado varios días.
El parte médico, lo daba Don Baker, que trabajaba cerca de
allí, y se pasaba todas las tardes a ver a Don Jiménez, y en su relato con
pausa, nos dejaba evidencias de los avances de su lenta recuperación.
El mismo día que le dieron el alta, retomo sus actividades
cotidianas. Ya no era el mismo. El tremendo choque le había dejado secuelas,
pero nosotros lo veíamos igual que siempre. En realidad hubo algunos cambios,
que estaban en las antípodas de su vida anterior. Se había acostumbrado en sus
días de internación a higienizarse y por un juramento que había hecho a la
Virgencita, no tomaría nunca más de aquel tinto.
Todo parecía estar igual…salvo un detalle, que me dio la
certeza que Don Jiménez no era el mismo, por aquel día que pase por su lado, y
me saludo con firmeza, con un BUENASSSS Don Cosme ¡!!!
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