Como
cambiaron las épocas, reflexionaba Federico para sí, mientras recostaba su
cabeza en la ventanilla de aquel vagón de tren, que acostumbraba a tomar
diariamente, desde la cabecera hasta la terminal del recorrido.
Subliminal
su mente distraía, observando el correr de las estaciones, al mismo tiempo que
centraba objetivo el foco dentro del vagón.
Siempre
en los extremos del día. La formación de primera hora de la mañana era de las
más nutridas, tanto como la de última hora de la tarde. Nutrido de laburantes
que viajan desde el periférico conurbano hasta la gran ciudad, asisten sin
saber al filoso pensar de mundanos ribetes filosóficos de Federico.
Ese
recorrido semanal tan lleno de cotidiano costumbrista, el paisaje era siempre
el mismo. Como un cuadro que mira una y otra vez, siempre aparecen matices percatados
en la profundidad de la mirada, que asociada con el vacío encuentran mensajes
antes no advertidos.
Esa
pintura cambiante entre el externo mirar y el interno pensar, debaten a duelo
sus posturas, depende donde se ubicada el disparador voraz de conclusiones que
el tiempo de viaje le permita a Federico.
Imágenes
disruptivas irrumpen plagadas de incógnitas repletas de respuestas que
completan el vacío de preguntas que aún no se formulan. Entremezclan la riqueza
abundante de la media con proporciones escasas de pobreza de alma. Distinguidos
por la actitud de sus posturas más que por el semblante de sus rostros.
Paralelo
que traza desde su inocente infancia, vestida de adulta madurez. Es que no
puede disociar todo cuanto vivenció en esas mismas vías, cuando y se rebela
ante el hombre que lo encarcela de realidad.
Guerra
de poderes si las hay, se trenzan en feroz combate el ayer y el hoy. “La gente
que va a trabajar no sonríe”, asesta visceral el corazón del niño a la muda conciencia
del hombre, que apenas balbucea a modo de defensa “eso no se puede comprobar”
Empuñando
su intelecto el hombre cita al niño ¿qué me decís del progreso? ¿Acaso no valoras
cuantas construcciones hay a los costados de las vías?”
Limpiándose
las rodillas raspadas por la tierra de los potreros, el niño dice ¿el progreso
que encerró a la gente con rejas en sus casas?
Viendo
que sería en vano el intento de hacer entrar en razón al niño, el hombre decide
terminar de modo contundente: “vos hablas así porque te quedaste en el pasado”
Con
los ojos llenos de lágrimas el niño atina a decir “yo no se nada de tu presente,
pero el futuro que soñé en nada se parece a tu vida”
Sobresaltado
Federico buscó a su alrededor, para ver si alguien se había dado cuenta de ese
momento. El vagón colmado de personas no daba para prestar atención, más que a
sujetarse de algún pasamanos.
Se
fija en el indicador de estaciones, que faltan dos para llegar. Acomoda la
mochila y pone en vertical su estructura. El contraste
Nadie
presta atención a una señora que pasa con una criatura en brazos vendiendo pañuelitos
descartables por 100 pesos, mientras por la ventanilla observa como cuelgan de
los frentes pintorescos de las casas carteles de “se vende”.
Aquella
pintura cambiante entre el externo mirar y el interno pensar, capituló una vez
más sin conclusiones para el hombre, atrapado en las rejas del presente,
cautivado por el progreso. Mientras el niño, sigue soñando con un futuro mejor,
para que nadie tenga que vivir tras las rejas de su libertad ni sea ignorado por
vender pañuelitos descartables en el tren.
Imagen: https://jmtoroa.blogspot.com/2012/06/el-nino-es-el-padre-del-hombre.html
Me emocioné
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