La cita era invariablemente todos los días, a partir de las
18 e el Bar de la esquina del Palacio de Tribunales.-
Obviamente no eran los únicos, ya que estaban acompañados por
colegas académicos y de copas, y si bien no se extendía demasiado la jornada, la
habitualidad y el sitio, le otorgaba al evento, un rango distintivo.
Quien no fuera parte de aquel meeting, pues entonces no
pertenecería al selecto grupo de letrados; y nada lo podía llega a emparejar;
ni el gasto ocasionado, ni la calidad de la bebida, porque allí se jugaban
otras cosas, que tampoco pasaba por el
dinero o la prosapia, sino por la palabra.
En ese aspecto, por ese punto pasaba la cosa, que engrosaba
el Currículo de quienes gozaban del prestigio de monopolizar la palabra, cosa
que no era para nada fácil, en un escenario, donde el que menos letra tenía,
poseía un “pico” que era la envidia de cualquier político.
Todos los días se repetían, como si un reloj orgánico los
invitara a reunirse en aquel bar, El Doctor Fernandez y el Doctor Cusinato.
Su fisonomía los ubicaba muy bien, en el sitio que su
titulación le otorgaba, más el Doctor Fernandez, que ayudado por su profunda y
grave voz, lo ubicaba además como un tipo que convencía, no solo por
ascendencia e imposición tribunalicia, sino por la cadencia de sus relatos, y
su tremendo vozarrón; el Doctor Cusinato, guardaba relación con otro formato,
de otra estirpe, que lo ubicaba en una posición que nunca se podía llegar a
definir. Podía hablar de futbol, pero desde la popular; asumía temas de religión
con un conocimiento que parecía Sacerdote o Rabino.
Fernandez y Cusinato, sin embargo tenían en común varias
otras cosas. No solo los ligaba la Profesión, sino que en su niñez y juventud,
habían sido criados en el mismo barrio, y no solo eso, fueron compañeros de
armas, compartiendo filas en el Ejército Argentino, en ocasión de cumplir con
el Servicio Militar Obligatorio.
Fernandez, tenía talento culinario y político; Radical y
sobre todo defensor de la verdad a ultranza. Ávido lector de todo texto que tenga ver con actualidad, y más que nada
con la historia, el tordo, le fascinaba dar cátedra sin que uno abone arancel,
y arrancaba de caliente para arriba, como para demostrar que la cosa, venía en
serio. Pero tenía la virtud de dar lugar, porque si había algo que le gustaba
al Gordo era debatir conocimientos, ideales. Por suerte, y por la mano divina
de Dios, siempre aprobé la cátedra barrial del tordo, con 10 y eso me valió ser
un referente de su persona, lo cual no era poco, ya que gozaba del privilegio
de sentarme a su lado en cualquier mesa que se armaba; lugar que el mismo me
reservaba; al igual que recibir sus correos, tan llenos de pasión, por sus
ideales, que no podía llegar a responder por la brillantez de los mismos, y ni
que decir de los llamados de los sábados a mi casa, para conversar de cualquier
pelotudez, con el mismo acento que le ponía mi abuela Coca, al conversar
conmigo, y de allí la familiaridad con el gordo.
Cusinato era un neófito en las artes de la cocina, y si bien,
no era peronista, tenía simpatía por un ex Presidente peronista. Vivo, de viveza barrial,
simpático y comprador; obviamente de una cultura de nivel, escasamente
comprobable, por ninguno de los habitantes de aquel bar de tribunales, y salvo
nosotros, los amigos de la colimba, podíamos mirar de costado cuando se la iba
la mano en algún relato. Pero siempre, hablaba, con movimientos ampulosos de
los brazos, mirando a todo el auditorio, y profiriendo un vozarrón y grandes
carcajadas, porque el gordo (ambos eran de gran talla), era gracioso.
Ambos, superaban con creces el conocimiento de un enólogo, y
no solo eso; sabían que bebían, en que ocasión, y tenían una amplia cultura de
la bebida sagrada.
Dos talentos sin comparación; cada uno en lo suyo era una
especie en extinción, y aún así seguían teniendo puntos en común, entre ellos
sobre todo. Pero desde ángulos diferentes, posiciones de vida distintas y
visiones totalmente contrapuestas. Sus coincidencias, se basaban en los gustos
culinarios, y sobre todo en el deleite de la Bebida de alta gama.
Ambos eran de gran dimensión física, y estaban calibrados
en unidad de medida que las balanzas se
empecinaban en medir por encima de los 3 dígitos, por lo general, un tema
evitado por los doctores en leyes; muy difícil de comprobar legalmente, pero
fácil de advertir visualmente, porque
estaban pasados en kilos, y aún sí conservaban su estampa.
La amplitud cultural, y su gramática expresiva, los identificaba
como claros exponentes de los sitios de la zona de la calle Lavalle; pero en la
barra, dejaban la posición de abogados y manifestaban como lo hacían
usualmente.
Dos caballeros, cuya estirpe
barrial, jamás habían abandonado; razón por la cual, no dudaban en apelar a
términos reconocidos por nosotros, para hacerse entender. Es así que si el Tordo,
te mandaba al carajo, entendías claramente, que te quería decir.
Nunca había cita formal. Alcanzaba con saber la hora y la
certeza de encontrarse uno con el otro, debatiendo ideas, compartiendo aspectos
de su jornada tribunalicia, y degustando el mejor de los tintos, o si la
ocasión amerita un espumante.
Ambos son mis amigos. Cada uno con su particular modo de ser.
Los dos con su verborragia a cuestas, y siempre dispuestos a una copa, y a una
conversación, que en realidad si te ganan de mano, nunca sale del monólogo.
El inicio de nuestra amistad, data de 1983. Verano de aquel
año, ocasión en la que fuimos citados a concurrir amablemente, al regimiento 1
de Patricios, invitados por el Ejército Argentino de la época. Aceptamos de
buen modo, y allí concurrimos presentables y a horario como era de corresponder
a los jóvenes de aquel entonces.
No quedamos en Bs.As, sino que marchamos en un Hércules a la
Patagonia Argentina. Recalamos en Comodoro Rivadavia, Provincia de Chubut y
posterior a una espera, seguimos camino
a Rio Mayo distante otros 262 km al oeste.
Claro que en ese momento, los señores, no eran titulados
académicos, y además guardaban, su silueta que se verían perdida con el tiempo,
y no justamente en los estrados judiciales.
La prosapia callejera y barrial, asociada a un vozarrón
mixturado por el faso, hacía del Dr.
Fernandez, un personaje público cuya notoriedad se distinguía en el plano
social donde se presente.
Hombre criado en la zona de influencia de Caballito, recorrió
algunos barrios más, orientado por la familia, de origen Hispano, de allí que
este Gallego, es un cabrón pero un amigo de aquellos que no abundan. Su
fidelidad y su interés por la vida del otro, plasman la evidencia de su
impronta.
Un tipo, absolutamente querible, lo conocí en ocasión de
nuestra incorporación al ejército argentino de la época. Pero no advertí a su
persona, sino hasta haber llegado al destino, y más aún. Hasta habernos
instalado en el cuartel. Para eso, pasaron más de treinta y cinco días desde la
incorporación de aquel 26 de febrero.
Ocurre que éramos muchos pibes, y el además al ser mayor que
nosotros, marcaba cierta diferencia, con el resto, al igual que el resto de los
ya muchachos, que los incorporaron siendo ya profesionales. Es decir, tenían
ventaja académica, y la madurez propia de la edad. Éramos un grupo
mayoritariamente de capital federal, proveniente de los Barrios de Flores,
Floresta, Caballito, Villa Urquiza y Villa Pueyrredon, y las edades oscilaban,
en un 90% 18 años, y el 10% restante desde los 19 hasta los 25 años.
Lo cierto, es que al gordo, no lo pude identificar bien, sino
hasta la llegada al cuartel, y eso ocurrió por mediados de abril, para cuando
terminamos con las instrucción, y nos pasó revista el Jefe del Ejercito, que
vino desde Bs. As, Además otro hecho aceleró nuestra mudanza, al cuartel. La
baja de la clase anterior.
El gordo, tenía la cama al centro de la cuadra, cerca la mía,
que estaba en un lateral, cercano a una puerta en uno de los extremos.
Allí supe de el. Solo coincidíamos cuando compartíamos la
cuadra o en las cenas o en los francos, porque el estaba en los servicios
administrativos y yo estaba en la sección exploración, con el joven Guillermo.
Al decir de Cusinato, cayó a Río Mayo, cuando promediaba la
instrucción. Lo trasladaron desde el Regimiento 1, junto a otros pibes, entre
los que se encontraban, Ameglio, Erdoyz, Cesar Vera, Carlos Rosas
Guillermo fue, para aquel momento, el distinto. El único tipo
que hizo de nuestra estadía en el sur, sea diferente. No había días iguales,
con Guillermo entre nosotros. Este muchacho, tenía modos distintos al Gordo
Fernandez. El otro era ameno, y pasaba desapercibido; en tanto el Gran
Guillote, era expresivo, y jamás pasaría desapercibido; era un permanente
centro de atención, en un lugar donde llamar la atención era motivo de algo;
pero seguro que no era salir de franco. Con Guillermo al lado, seguro que
pasarías por dos estadios. Te ibas a cagar de risa, o terminabas con una
actividad extra o algún día de arresto, o te comías una fajina.
Pero seguro era una cosa. Nada sería igual con el. Hizo de
aquellos días, un pasaje distinto, que ninguno de nosotros jamás olvidará.
Conforme pasaron los años, como suele ocurrir en la vida,
todos tomamos caminos en los que fuimos desarrollando nuestra profesión y
nuestra vida.
No supe de ellos, salvo
haberme encontrado ocasionalmente en la calle con algún pibe, y preguntar si
había visto a algún flaco de entonces.
Hasta me encontré con el
mismo Guillermo allá por el ’87, viajando en Bondi, y se bajó varias paradas
antes, para conocer a mi Familia, y a mi Hija de apenas 1 año.
Nos volvimos a encontrar,
cuando el destino lo marco y cuando pasado el tiempo, necesité volcar todos
aquellos lindos recuerdos, aquellas vivencias UNICAS e IRREPETIBLES, con
quienes comprenderían a la perfección, todo aquello. Ocurre, que las historias tantas veces
contada por mi persona, en la Familia, en otros grupos de amigos, resultaban
desde pesadas, hasta increíbles. Entonces solo en un único lugar todo aquello,
tomaría la forma adecuada y de mi parte dejaría plasmado todo cuanto quise a
los chicos de entonces. Derrochando en verborragia todo cuanto tenía guardado
en mi corazón, y hasta en listados, que en horas nocturnas había armado, pensando
en ellos.
Por medio de una red social,
me contacté con Alejandro Sanz, otro gran amigo de entonces, y fue el celestino que propició el re
encuentro.
La cita se pactó para un
viernes por la noche, obviamente, en una restaurant de la zona de Caballito. Allí
marché, con la misma emoción que porté durante años, para dar con ellos, en una
mesa y allí estaban los Letrados, moviendo los brazos, manejando la conversa,
acaparando la atención de la mesa, y en el caso de Guillermo, manejando a su
antojo, a los mozos.
Una foto, registró el
momento histórico, y allí estaban El Tordo, Guille, Sergio Barcos, la Tana
Giampietro y Ale Sanz. No me preguntes el motivo. Puedo responder que no fue
intencional, porque fui el último en llegar a la cita. Pero mi sitio en la
mesa, fue al lado del Tordo y frente a Guille.
Allí se retoma la historia,
y comienza una etapa de encuentros, cenas, conversaciones, cagarnos de risa,
historias cuya fantasía no llegó aún a ningún Director de Hollywood.
Con el Tordo, tuve cercanía
profesional, porque me asistía como Boga, y personal, porque me trataba como gomia.
Con Guillote, volví a
recordar como con nunca nadie en mi vida, cada momento, cada vivencia de aquel
Servicio Militar, estableciéndose una contienda intelectual, donde pocas veces,
tuve que ceder ante la memoria del Gran Guille.
Respetuoso de los designios
del Destino, que maneja el Juez de la Vida, Dios, es que acepté que el Tordo se
traslade con su sabiduría a cuestas, a ocupar un lugar de privilegio a su lado,
para asesorarlo ante tantos quilombos que de seguro debe tener. El Tordo, se
pegó una vuelta para mirar las cosas desde otro lugar, porque en realidad, esta
con todos nosotros.
Pero de algo estoy seguro.
Porque así lo hablamos la última vez, que trabamos conversa. Cuando le dije,
que cuando llegue a su nuevo destino, pregunte por mis Viejos y por mi abuela
Coca y mi Tía Chicha. Que con ellos se iba a sentir como en sus tiempos de niño
en caballito, y de paso que de mi parte, les diera un fuerte abrazo a todos
ellos, y les diga que los extraño mucho, y siempre los tengo presente, en todo
lo que hago.
No pensaba, que en el medio
del camino de este pequeño homenaje a mis amigos, tenía que pasar por la
emoción de ubicar las letras en el lugar que u corresponda, conforme al tiempo
cronológico, sino que también debería cerrar el cuento, con un Chau Tordo, llámame
así tomamos un café (pero aguántame en la mesa, hasta que llegue)
Guille, te quiero Mucho