Nunca me quisieron; mejor dicho, nunca me sentí querido. Al menos eso es lo que yo vivenciaba
Reclamaba cariño del
único modo que sabia. Haciéndome el pavo para llamar la atención. Al fin de
cuentas era un chico. Pero los años pasaban y la cosa seguía igual.
Un profesional especialista
recomienda, visualizarlo, asumirlo, internalizarlo, hacerse cargo, tomar la
decisión de cambiar y seguir adelante. Pero aceptarlo… me fue realmente muy
difícil
Cualquier sacerdote,
confesión mediante, orientaría al perdón y a la reconciliación con el alma.
Pues bien… por ahí anduve y digamos que al menos hoy estoy en paz
Nada me fue fácil. Me
hice para adentro y aquel chico extrovertido se blindó detrás de una sonrisa
Soy un resiliente con
patas. Ese fue mi fuerte. La permanente reconstrucción de mi ser. Me hice un
lugar desde la periferia y cuando he sido requerido de corazón actué. En la
foto en la que todos salen peinados no falta nadie. En las bravas… estuve yo. Mi
mano siempre tendida a nadie negué porque jamás hice distinción de quienes me
necesitaban
Es causa entonces, que
todo en mi vida, refiera a la infancia y a todos los momentos que sonreí desde el
alma, que han sido muchos. Es causa también que aquello que late en mi corazón
vive en mi
Así las cosas, por acumulación
de hechos, dejé de mendigar amor y poco a poco fui alejándome de un fogón que
no me daba calor y marché para mis adentros. Cambié la sonrisa, por el blindaje
de una armadura que me daba protección
Había tomado una
decisión. Nada ni nadie me iba a lastimar y en ese largo período… de emociones controladas,
las cortaba apenas nacían, como brotes de un tallo. Claramente no quería volver
a sufrir de ilusiones marchitas.
Era obvio. No era yo, sino
un personaje. Cada vez que asomaba a la superficie, mi sensibilidad sin piel no
resistía la más mínima exposición y lo peor… ya no creía ni sentía. Me
transformé en una planta silvestre, mezclada en la maleza
Enfundado en ese
personaje, también me equivoqué. Mucho. Comenzando conmigo. Anulé toda conexión
con el entorno y la pureza de aquel niño afecté. Era como mirar jugar desde una
ventana… El dolor no me dejaba sentir y proscribí las palabras que en mi
corazón latían
Después de tanto
tiempo, me encontré. Fui a buscarme a las profundidades de mi ser y rescaté,
primero al niño y después a mis sentimientos. Una vez más, volví a reconstruirme.
Pero ahora era distinto. Encontré el equilibrio. Me independicé de la necesidad
y por primera vez me sentí seguro.
Pido perdón. Al niño
que sepulté. Al hombre que defraudé y a las personas que dañé con mi silencioso
accionar.
Doy gracias. A quienes
supieron comprenderme, me acompañaron y tendieron su mano. A Dios
Una sonrisa plena habita
mi rostro. Mi alma está en paz



























