Intento, una y otra vez, exponer y ordenar, aun alterando la
cronología, de todo cuanto tengo para decir; y una vez más la emoción boicotea
las intenciones del corazón.
Tiemblo como un chico. Me doy cuenta. La pureza del sentir
oculto, sonrojan mis mejillas, dando cuenta de la inocencia de la profundidad
de donde proviene.
La realidad lo sabe y me hace sentir su rigor.
Se hace presente con su crudeza, y me exige sea digno y este
a la altura de la situación.
Me hace preguntas. Sabe que le puedo dar una respuesta. Me la
exige.
Pretende que al fin los sueños, expongan su examen final, y
echen a luz su verdad, plasmando de modo sincero y genuino todo cuanto guardo en mi alma desde siempre.
Parece que no puedo encontrar el momento, o la naturalidad
del fluir de las palabras sinceras, que validen la intensidad y la intención; con
la mirada; con la respiración, con la historia. Pacté con la realidad, la
manera y entonces empiezo…
Siempre fui un convencido, de las causas.
Aunque, de tanto en tanto me revelé contra ellas y los
elementos que las componían, porque sentía asfixia, o eran versiones
encontradas a mi alma.
De chico era así. Evidentemente, la fuerza gravitatoria de mi
Mamá fue un factor influyente para que así ocurrieran las cosas. Me enseñó la
virtud de la paciencia, y la sabiduría del silencio, que busque siempre en la
lectura y en la música, y sobre todo en la reflexión interior.
Fue mi Madre, la que orientó mi alma, y le dio a mi corazón,
el gusto por el buen gusto, por lo bueno, por lo sano y por lo justo.
Mi vieja me llevó de la mano, en todo cuanto hice en mi vida.
Así que mi primer amigo barrial, lo hice de la mano de mi Mamá, y el guiño
pícaro por aquella chica que desvelaba mis sueños, me hizo saber, que no se le
escapaba nada, porque le basto con mirar a mis ojos, para saber, que sentía mi
corazón.
El sentimiento que nace en mi Barrio. Mi casa de la infancia.
Era mi fortaleza. Tenía todo lo que necesitaba. Jardín al
frente. Fondo atrás. Patio, Parrilla y un cuartito en el fondo, que era el
lugar donde cimente mis sueños, y jugué a jugar
Los chicos del Barrio, conjugaban un arpegio notable de notas
que a la vista parecían desafinar, pero entonaban melodías sin distorsionar.
Todos de distintas edades. Todos de la misma extracción social. Todos
distintos. Todos parecidos. Jugábamos a las mismas cosas, sin planear días y
horarios y todos sabíamos cómo y cuando
El sentimiento pasa por la escuela primaria. Allí sí hubo un
pentagrama de notas, dulces y suaves, representadas por chicos que fueron maravillosos,
para mi vida.
No exagero en nada, si digo que era una comunidad. Comulgábamos
con la misma manera de vida. Te dabas cuenta, porque las Mamás; te esperaban todas, en la puerta del cole, a
la salida; te revisaban los cuadernos ¡¡¡¡ahí mismo ¡!!, al contado.
De los chicos de aquellos años, hay un común denominador. El
amor
Los puedo nombrar a todos y cada uno; los llevo sellados a
fuego en mi alma; ellos lo saben. Tenemos, tuvimos, y vamos a tener, esa
comunicación sensorial, mística, que nos permite mantener el fueguito
encendido, aunque no nos veamos; tan solo porque el sentimiento, es el cimiento.
Esta tan sólidamente construido, que nos alberga a todos.
Nada melló aquel amor. Ni siquiera la partida a otros
horizontes, que dejo el alma vacía y el corazón roto.
Mi vieja vio en mis ojos lo que sentía y contuvo al chico
triste.
Supo que mi falta de palabras ocultaba un sentimiento puro,
alimentado entre suspiros y dulces miradas, que volvían una y otra vez, en
busca de su recuerdo…para alimentar una esperanza…
Sera tal vez por eso que confío en el amor.
El mismo que guardo desde siempre en silencio.
Porque se que al final del camino, aquellos sueños se harán realidad…
el silencio se transformará en palabra… los suspiros en Abrazos y las miradas
en Besos…
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