
Como
murmullos entre generaciones, los sueños se deslizan por las grietas del
tiempo, se cuelan en las sobremesas, en los cuentos que los abuelos repiten sin
saber que enseñan, en las manos que siembran sin esperar cosecha.
Se
esconden en los gestos mínimos: el pan compartido, la risa que estalla sin
motivo, el abrazo que no exige nada.
No matarán
los sueños, porque no saben que sueñan también los árboles, que sueñan los
cuerpos cansados al volver del trabajo, que sueña la tierra cuando la riegan
con amor.
Allí
están… en la voz que arrulla, en la canción que no olvida, en la mano tendida
en el gesto cómplice de un pícaro guiño, en el recuerdo vivido de aquel amor.
No matarán
los sueños, porque ya no son de uno solo, son de todos los que vinieron antes y
de los que esperanzados sueñan
Daré mi
vida por ellos, porque en cada niño que sueña hay un anciano que espera, y en
cada hamaca que se mece, una historia vuelve a empezar
No matarán
los sueños porque son la vida misma, y en cada mirada que confía, renace el
mundo y aunque quieran quitarles su brillo por gritarnos cifras y urgencias, ellos
persisten, suaves, como brisa en la siesta
Allí están…
Sonriendo inocentes y aunque parezcan alejarse con el tiempo, y algunos los
quieran sepultar tratándolos de ridículos y obsoletos, ellos animan utopías,
simplemente porque solo sueñan quienes tienen pureza en su corazón