Osvaldo Gustavo Troncoso, el Osvaldo, como lo llamaban todos, llevaba diez años trabajando en la municipalidad, en el sector de Atención de Reclamos. Tenía un talento singular, reconocido por todo el palacio municipal: jamás resolvió un solo reclamo
Su método era infalible. Si el problema parecía complejo, lo
derivaba. Si no tenía a quién pasárselo, lo cerraba y si alguien insistía,
simplemente desaparecía el expediente. Era un maestro del arte de no hacer
Nadie entendía cómo seguía en funciones. Hasta que un día,
el intendente decidió tomar cartas en el asunto. Como medida ejemplificadora,
reasignó todo su trabajo a otro empleado, sin aumento de sueldo, y al Osvaldo
lo mandó a la entrada, a repartir números para los turnos
“Que sirva como ejemplo”, declaró el intendente, satisfecho
con su justicia administrativa. Pero la política es volátil. Las elecciones
llegaron y el intendente con todo su gabinete tuvieron que dejar sus cargos. Al
asumir el nuevo jefe comunal, fue recibido en la puerta por… el Osvaldo
Felicitaciones por el cargo¡! dijo, estrechándole la mano
con solemnidad
¿Y usted qué hace acá? preguntó el flamante intendente
Osvaldo se irguió, miró al horizonte y respondió con voz
firme: Estoy aquí para que sirva como ejemplo¡!
Conmovido por tanta humildad y entrega institucional, el
nuevo mandatario lo nombró por decreto como asesor personal y hombre de
confianza. Le otorgó el máximo escalafón salarial, delegación de firma y sello
oficial
La gente, indignada, evitaba mencionarlo. Para disimular,
comenzaron a referirse a él por sus siglas. Desde entonces, cada vez que un
empleado mostraba las mismas virtudes que el ascendido jefe de asesores, se
escuchaba en los pasillos: Este va a terminar como el OGT…
