El pibe le ponía onda. Un principiante como los de antes; los
padres les habían pedido a los muchachos del taller mecánico si no podían “emplearlo”
durante su período vacacional, para que no ande tanto en la calle y de paso aprenda
un oficio, que le iba a traer, no solo conocimientos, sino conducta fuera de
casa
Los muchachos, enseguida aprobaron, porque conocían a la
familia del barrio; gente de trabajo; buena gente. Al pibe no tanto, pero lo
tenían visto, de andar de farra con los amigos
Por eso, apenas los padres lo dejaron en el taller y de
recibir palabras alusivas en cuanto a la oportunidad que tenía en sus manos, el
chico, como todo chico, esperó que se fueran los padres y preguntó a los
muchachos “¿CUANTO VOY A GANAR?” la respuesta fue tan fría como un témpano y sin
mediar palabra, ahí mismo lo mandaron a lavar piezas en la batea con kerosene
Llevaba tres semanas y lo más cerca que estuvo de la mecánica
de un auto, fue cuando lo mandaron a barrer la fosa
Así y todo, el pibe iba a trabajar todos los días, incluidos los
sábados. Siempre puntual; y aunque su cara no era un muestrario de
satisfacción, nunca se quejaba
De a poco lo fueron soltando. A medida que ganaba la confianza
de los muchachos, iban adentrándolo en el particular y fascinante mundo de los
fierros. Tan particular, que el que no domina el vocabulario, puede asistir a
una conversación sin saber de qué están hablando
El pibe se esmeraba cada día más. Se lo notaba compenetrado y
consustanciado con su oficio. Empezando por arrastrar la voz para explicarle a
un cliente que problema tenía su vehículo, y terminando por ahorrar la “S” en
las terminaciones de algunas palabras
Hasta que llegó el día del examen final. Los muchachos decidieron
dejarlo solo atendiendo el negocio, para ver si estaba finalmente preparado.
Fue así que se quedó reparando varios autos a la vez, abierto a la calle, con
una cadena de plástico a modo de valla. Le habían dicho que hoy iba a venir Don
José, el cliente más antiguo que tiene el taller, a retirar la pieza reparada
de su auto: Un cigüeñal de 5 apoyos rectificado.
Mendocino medular, su acento jamás había alterado, a pesar de
los años que llevaba viviendo en la ciudad.
Meticuloso. Detallista. Muy exigente. Fierrero viejo, conocedor
de mecánica por gusto, uso y oficio, le gustaba meter mano porque a pocos le confiaba
su auto. Distinguía una marca por el sonido del motor. Así era Don José; cuidaba
más a su auto que a cualquier otra cosa que tenía.
Aquello del vocabulario y terminología mecánica, termino por
condenar al pibe; porque Don José se fue del taller que echaba espuma por la
boca, jurando no regresar nunca más. “Jamás he sido ninguneado de esa manera
por un mocoso insolente” tal su expresión elevando parsimonioso acento cuyano,
en tono de queja a los muchachos.
Preocupados y sorprendidos, por lo exaltado que estaba Don José,
no encontraban explicación a lo ocurrido; si lo único que debía hacer el pibe era
entregar algo y nada más. Por más que buscaban y buscaban una causa no la
encontraban. Que pudo haber dicho el pibe para que Don José reaccionara como
reaccionó.
Finalmente, al pibe le paso lo que era pasible que ocurriera. Por
más que venía adquiriendo conocimientos y confianza, le faltó sutileza para
poder comprender terminologías de uso habitual en ese mundo y no advirtió la
tonada de Don José para que luego de una discusión el Pibe le dijera que de ninguna manera
le entregaría ese paquete envuelto en la repisa, porque era de otra marca y Don
José venía a buscar el repuesto reparado de un YENOL
Imagen: https://www.shutterstock.com/es/image-photo/grandfather-teaches-his-grandchild-how-tinker-744661663