Un hombre de
Fe. Bendecido por el cielo. Así se lo conocía.
Cómo pocos.
Casi único. El mismo lo reconocía sin tapujos. Lo hacía saber en los sitios
donde solía frecuentar.
Aun cuando esos
sitios eran vistos como antros de perdición.
Se
justificaba invocando a la Santa Sede y a María.
Palabras más que suficientes para acallar todo intento de réplica.
Ese manto
redentor le otorgaba un aura protectora sobre sus actos y palabras
Razón por la
cual lo hacía aún más respetado y con el tiempo se fue convirtiendo casi en un
profeta.
Un enviado de
la divinidad decía la muchedumbre convertida y comenzaron a seguir sus pasos acompañando
su prédica entre borrachos y prostitutas
Un milagro trascendió
las fronteras de su tierra. Impuso sus manos y las aguas se abrieron a su paso
Muchos creían
en él. Varios dudaban y querían saber cómo era aquello de su aura de la Santa
Sede.
Fue entonces
que llegó el día en el que se reunió una multitud a escuchar su mensaje revelador.
Parado en lo más alto. Con la voz repleta de convicción y mencionando a María
su pareja, reconoció ante la multitud que cuando la santa cede el sale a
caminar la calle y luego predicó las bienaventuranzas que la carta que el boliche “Las Aguas” tenía disponible para habitués y clientes de ocasión
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