Tradicional.
Así era esa esquina
Referencia
obligada, para el barrio.
De un lado la
señora que vendía flores. Del otro el quiosco de diarios
En el
edificio de enfrente, dos porteros conversan entre ellos, mientras manguerean
la vereda y un pibe que es llevado a la rastra por un racimo de perros, va camino a la plaza
Testigo del
tiempo, lucía impecable el viejo Café
Doble puerta,
con vidrios biselados, recibía a los parroquianos un cartel con la leyenda "EL GUIÑO"; pila de agua bendita, donde los clientes se persignaban antes de entrar para comulgar en la barra
Hay duendes que se sientan en las sillas que rodean a cada mesa para escuchar su historia
El decorado
interior, clásico y acogedor, envolvía de calidez a sus visitantes
Los habitués
acostumbrados y algún que otro cliente ocasional, junto a los adornos que daban
cuenta del tiempo.
En lugar de cuadros,
viejas publicidades adornaban los ladrillos a la vista
Mozos con su
clásico atuendo y el oficio en la bandeja. Conocían a todos quienes asistían
religiosamente al oficio celebrado por la rutina diaria del café
Cuatro o
cinco amigos, solían arrimarse, cuando caía el sol, para recibir la bendición de
unos licores traídos desde la península ibérica
Dos damas
muy pitucas, ocupaban la mesa del centro para tomar el té de las 17. Nunca
dejaban propina. El pibe lavacopas siempre protestaba, porque dejaban el labial
marcado en el pocillo
En la mesa ubicada
sobre el rincón, bien arrimada a la pared junto a la vidriera que daba a la florería,
puntualmente a las 10, ingresaba al Café el más antiguo de los clientes. Se
sentaba de frente a la pared, colgaba su abrigo en el respaldo de la silla, le
hacía señas al mozo y repartía su mirada entre la gente que pasaba y el libro
que leía
Todos los
días igual.
La rutina
repetida. “LO MISMO DE SIEMPRE” preguntaba el mozo. “LO MISMO DE SIEMPRE”
respondía el hombre
Un café en
jarrito con amarettis; agua con gas y un jugo de pomelo, perfectamente medidos,
estiraban las horas, hasta la próxima seña, donde repetía el pedido
En el
extremo de la mesa, el servilletero, y en un adorno de porcelana, terrones de azúcar,
envueltos en fino papel, que consumía como medias lunas, mojándolos dentro del
café
Al centro un
pinche, acumulando los tickets de su consumo
Cuatro o cinco
vueltas, tomaba. A veces la casa lo invitaba una copita de Jerez, en honor a su condición de vitalicio
Cerca de las
14, todos los días una hermosa mujer, pasaba por la florería. El la miraba y
ella le correspondía con una sonrisa
Lo
tradicional de la esquina. La mística del Café. Lo influyente de su nombre
puesto en el cartel, se amalgamaban para dar testimonio que aquello realmente
tenía duendes
Un rato después,
el hombre pedía la cuenta. Abonaba y se retiraba despidiéndose de todos amablemente
La rutina
repetida. “LO MISMO DE SIEMPRE” preguntaba el dueño. “LO MISMO DE SIEMPRE”
respondía el mozo
Hola ¡hoy Domingo Patricio!... muy buena descripción,palabras mágicas que me ingresaron a convivir dentro de un antigüo cuadro, de esos de un viejo café. Felicidades con cariño.
ResponderBorrarHola Graciela !!! Muchas Gracias. Buen domingo. Paz y Bien
BorrarEl café y enfrente el puesto de diarios y revistas. Cuánto recuerdo!
ResponderBorrarBonito relato.
Buenas noches Patricio.
Gracias Elsa. Paz y Bien
BorrarExcelenteeeeeee
ResponderBorrarMuchas Gracias Pablo !!!! Paz y Bien
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