Nos encantaba. Era una especie de mirador, más cuando
el barrio tenía relieves, por los arroyos y las quintas que te permitía otear
el horizonte.
Sin barandas, ni escaleras, era un desafío que ponía
en juego no solo el valor para encarar la escalada y explorar nuevas formas
de trepar, sino para establecer métodos acrobáticos no aprobados por las leyes de
la física.
Obviamente, eso no era gratis. Porque aun cuando tu
vieja no te veía o no te escuchaba, siempre había algún vecino que le llevaba
el dato…lo cual daba inicio al protocolo de los mil retos que mi vieja
disponía, que iban desde “HOY NO SALIS”, hasta “VAS A VER CUANDO VENGA TU
PADRE”
Siendo este último la pena de máximo rigor
Ciertamente es que cumplida la pena impuesta, ese
mágico misterio que tenía de ir a ver que había detrás de todas las cosas,
movilizaba mis células hasta experimentar la adrenalina de escalar hasta lo más
alto del techo, que era el tanque de agua.
Desde allí se podía ver claramente, la casa de Javier,
que estaba del otro lado de la quinta, por la calle San Pedro y hasta nos
llegamos a comunicar con movimiento ampuloso de brazos, como quien hace señales
marítimas pero sin banderolas. No podíamos emitir gritos, porque nos daba la
cana. Así que la cosa, estaba en identificar los lugares buscados y grabarlos
en tu cabeza como un mapa, para que desde la planicie te ubiques y sepas para
donde tenés que agarrar si llegabas a necesitarlo.
Esta rutina, se hacía a la hora de la siesta. Siempre
era así. Me gustaba sentir la brisa en el rostro, y como mayor transgresión,
asomarme a la casa de Doña Angélica y hacer pis desde allí arriba. Era como un
trofeo mostrado al barrio. Una mezcla de Libertad y Poder
Por eso, todas las madres de los chicos que teníamos
relación, nos daban el mismo sermón. Que no subamos. Que algún día nos iba a
pasar algo. Etc. Hasta inventaban historias macabras de chicos de otros barrios
que tuvieron terribles accidentes por subirse al techo, sin decirle nada al
Papá y a la Mamá.
Ya eso, nos daba aliento para animarnos a más, porque
sabíamos, se notaba a la legua que era un verso, una artimaña de las madres,
para amedrentarnos.
Pero como eran Madres, tenían a su favor que las cosas
que decían se convertían en ciertas….y así pasó.
Aquel día, llegó mi vieja del mercadito de Rego, con
el rostro desfigurado de haber llorado y una cara de susto tremenda (las madres
de aquella época eran algo tremendistas; cosas que aprovechaban para sacar
cierta ventaja)
Pero parecía que no pasaba por allí. La noticia estaba
confirmada. Mi Mamá me llevo hasta la cocina, y antes de contarme me hizo
jurarle que Nunca más me treparía al techo.
Juro que dude en prestarle juramento, porque esa
aventura, en mi caso, no era una actividad temporal en la hora de la siesta,
sino que era un refugio de las corridas para escaparme de mi vieja, cuando
encaraba con ojota dominada, para hacer justicia por mano propia. El techo era
ideal, porque mi vieja no trepaba; no tenía por donde subir y no teníamos
escalera; así que una vez que en dos saltos yo llegaba a la cima, le miraba
como gato asustado desde arriba, como proliferaba la cantidad de amenazas nunca
llevadas a cabo, prometidas para cuando me canse y baje, ya que a su decir “YA
VAS A BAJAR….” Lo cual era cierto, porque si bien tenía solucionado el tema de
hacer pis, el resto de las necesidades las tenía dentro de la casa.
Así que mientras yo pensaba en todo esto en una
fracción de segundos, mi Mamá empezó el relato de lo acontecido.
Hasta ahí, parecía ser un hecho irrelevante; pero
cambió la carátula cuando prosiguió con el detalle del hecho. EL ORLANDO SE
CAYO DEL TECHO, REMONTANDO UN BARRILETE ¡!!
No era una artimaña; lo comprobé cuando pude escuchar
la sirena de la ambulancia, que se lo estaba llevando al hospital.
Pobre Orlando. Este era un Duro, y un atrevido. Cómo
le vino a pasar esto ¡??
Remontando un Barrilete ¡!??
La verdad que me llamaba la atención, porque el
Orlando, ya hacía tiempo había dejado de hacer esas cosas. Ya trabajaba en la
carpintería junto a su Padre y hermano mayor. Había adquirido otra madurez. Era
uno de los pesados. Que corno hacía remontando un Barrilete ¡??
No podía dejar de preguntarme eso
Delante de mi vieja, no me salía palabra. Sabía
íntimamente, que esto condenaba mis intenciones futuras de continuar mis
aventuras por las alturas de mi casa.
La pucha ¡!!! Que macana ¡!! Porque encima el que se
vino a caer, era el más avezado para estas actividades. Una especie de líder,
que lo anteponíamos como estampita cuando empezaban los rezongos hogareños; que
íbamos a decir ahora ¿?
Peor fue cuando lo trajeron a la tarde. Estaba hecho
pelota. Parecía la momia. Le enyesaron el brazo derecho, la muñeca izquierda, tenía
un vendaje en la cabeza, y le cosieron la lengua, lo que hacía dificultoso
entablar una conversación con el
Orlando, que fiel a su valentía rebelde, no se entregó al descanso
diagnosticado por los médicos, sino que se paseaba por el barrio, orgulloso de
sus heridas.
La verdad que daba un poco de cosa verlo. Porque a la
imagen monstruosa se le sumaba un extraño balbuceo cuando intentaba hacerse
entender.
Claro, con la lengua cosida, no debe ser fácil hablar.
Causaba entre impresión y gracia verlo. No tuvimos
tiempo para darle ánimos, porque enseguida comenzó a contarnos cómo fue que se cayó
Ahí nos dimos cuenta de lo que pasó y aun cuando
contáramos eso en casa, como testimonio que el supuesto peligro del techo no
tuvo nada que ver, para ese momento las madres ya habían clausurado para
siempre la temporada de hacer cima en el tanque de agua.
Había ocurrido que el Orlando, no pudo contener la
tentación de remontar el barrilete de su sobrino, porque había escuchado que
desde los techos de las casas del otro lado de la quinta se podía ver
nítidamente todo…y quiso aprovechar para dejar sentado como quien llega a la
luna o escala la cima del Everest, que él había llegado más alto que alguno de
nosotros… y en realidad llegó más bajo que ninguno porque terminó estampado
contra el piso con el Barrilete de frazada.
Nos queríamos matar…en el paso que iba dando para
atrás para soltarle hilo al barrilete que tomaba vuelo, supo cuánto eran 4
metros de altura…
Gracias al Orlando, ese día aprendimos que quien tenga
la ambición de llegar muy alto debe conocer los límites por donde puede
transitar…y no debe olvidarse cuanto se aleja del piso…